PROYECTO OFICIAL

¡Este proyecto de investigación oficial ha finalizado!

Modificaciones del ecosistema cultivado bajomedieval en el reino de Valencia

  • Código: HAR2011-27662
  • Investigador principal: Josep Torró Abad, Universidad de Valencia
  • Investigadores: Enric Guinot (UV), Sabina Asins (CIDE), Antoni Mas (UIB), Sergi Selma (UJI), Kilian Cuerda (becario, UV)
  • Período: 2011-2015
  • Entidad financiadora : Ministerio de Economia y Competitividad. Gobierno de España

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El proyecto tiene por objeto el estudio del reordenamiento de los espacios de cultivo y de las operaciones de roturación que siguen a la conquista del reino de Valencia, desde mediados del siglo XIII hasta los inicios de la época moderna. En principio, la investigación trata de responder a dos grandes cuestiones. La primera es en qué medida el ecosistema agrario heredado de al-Andalus ofrecía una base adecuada para la implantación de los pobladores cristianos; si las transformaciones y roturaciones que siguieron a la conquista pudieron deberse a factores demográficos o, más bien, al hecho de que el orden social de los conquistadores no permitía mantener las prácticas necesarias para la conservación del anterior ecosistema cultivado. La segunda cuestión es la relativa a los procedimientos técnicos observados en los procesos de modificación y ampliación de las tierras de cultivo: cuánto debieron a la tradición andalusí, a las experiencias desarrolladas en los medios de procedencia de los nuevos pobladores o a eventuales síntesis locales. La premisa fundamental es que los sistemas sociales son, también, ecosistemas. Si la sociedad cristiana y feudal implantada en el reino valenciano hubiese podido organizar su reproducción limitándose a mantener las estructuras físicas dejadas sobre el terreno por la sociedad andalusí, deberíamos concluir que no existían diferencias significativas entre ambas. Lo que obviamente no fue el caso.

Sin duda, es un hecho historiográficamente admitido, al menos desde hace unos veinte años, que la colonización cristiana del territorio valenciano no se limitó a prolongar la utilización de los espacios agrarios ocupados a los musulmanes; que se cambiaron las formas de gestión y se crearon con rapidez nuevos espacios de cultivo. Sin embargo, la caracterización de las operaciones colonizadoras queda, por lo habitual, difuminada en vagas alusiones a una dinámica general de crecimiento que parece explicarlo todo, sin necesidad de hacerse preguntas sobre su naturaleza y funcionamiento. Todo proceso de colonización se funda en saberes prácticos adquiridos a través del manejo adecuado de muchos factores técnicos y, por tanto, ampliamente experimentados en los medios ecológicos de procedencia. Las cuestiones que permitirían explicar las opciones de los nuevos pobladores y evaluar el alcance de la transformación deben, necesariamente, partir de esta consideración, raramente tenida en cuenta. En este sentido, se entiende que la colonización cristiana del oriente de al-Andalus, pese a las pertinentes observaciones de Thomas F. Glick, no haya llegado propiamente a considerarse en su calidad de modificación del ecosistema cultivado, con todas las implicaciones metodológicas y analíticas que esto conlleva.

Dadas las circunstancias históricas de la conquista y colonización del reino de Valencia, el desarrollo de los trabajos implica la consideración de tres grandes ámbitos de análisis:

  1. el ecosistema cultivado andalusí en el momento de la conquista
  2. las modificaciones introducidas en las zonas de asentamiento cristiano
  3. la situación en los territorios donde permanecen las aljamas musulmanas

En este sentido, la hipótesis de partida contempla, para la época andalusí, un paisaje de áreas discontinuas de cultivos intensivos, subordinadas esencialmente a las redes de irrigación. Los espacios irrigados no serían los únicos cultivados, pero sí constituirían la pieza central del ordenamiento agrario, tanto desde el punto de vista topográfico-morfológico como productivo. Por otra parte, las grandes redes hidráulicas no tendrían por objeto el riego de toda la superficie englobada en su perímetro, sino la conexión entre los espacios de cultivo de ciclo continuo, de dimensiones discretas, asociados a cada qarya o unidad de asentamiento, dejando amplios intersticios de zonas sujetas a regímenes de irrigación más laxos o no irrigadas en absoluto. Este ecosistema, consolidado probablemente ya en el siglo X, representaría una ruptura respecto al ambiente cerealista predominante en los medios mediterráneos desde los primeros siglos de la era cristiana.

¿Cómo intervinieron, pues, los conquistadores sobre el ecosistema generado a partir de nichos hidráulicos que hallaron en las tierras ocupadas? En las zonas de donde habían sido expulsados los andalusíes, los colonos cristianos encontraron un paisaje ya construido: casas, campos, acequias, árboles y viñas intactas. Las escrituras de donación y los repartiments dan buen testimonio. Aparentemente, todo estaba hecho y lo único que hacía falta era ponerlo en marcha. Sabemos que no fue así, pero esta ilusión ha inhibido hasta no hace mucho el estudio específico de las grandes transformaciones agrarias subsiguientes a la conquista. Las opciones de los colonos no se improvisaron. Se inscribían en una experiencia de prácticas consolidadas de roturación que se aplicarían de inmediato a las tierras ocupadas. Además, el conjunto técnico traído por los conquistadores —herramientas, animales, saberes y prácticas— se distinguía de los elementos análogos andalusíes, mantenidos en buena medida por los grupos supervivientes, las llamadas aljamas. La actuación transformadora protagonizada por los señoríos y las comunidades urbanas cristianas ofrece una serie de aspectos relevantes que deben ser objeto de análisis:

  • el reparto de la tierra: morfología, agrimensura, reorganización de parcelarios
  • los ámbitos de roturación: laderas, riberas fluviales, marjales
  • la creación de nuevos sistemas de irrigación
  • la reorganización de los sistemas hidráulicos andalusíes
  • las técnicas hidráulicas empleadas

Uno de los aspectos más llamativos de esta problemática reside en el hecho de que las roturaciones se inicien casi inmediatamente después de la finalización de la conquista militar, cuando la inmigración cristiana aún se mostraba insuficiente para compensar numéricamente a la población musulmana expulsada. Disponemos, en efecto, de informaciones, tanto textuales como arqueoambientales, sobre la eliminación de formaciones boscosas de ribera y de ladera, en este último caso asociada a aterrazamientos, así como una amplia evidencia relativa al drenaje de áreas palustres con fines agrarios. Hay pues, desde el principio, una fuerte dinámica de agrarización que modifica los equilibrios anteriores del ecosistema cultivado, en perjuicio, sobre todo, de las áreas forestales. Muy revelador a este respecto, es el impacto de las desecaciones sobre unos espacios de gran biodiversidad como son los marjales. En estos ámbitos, los campesinos andalusíes habían llevado a cabo una gestión no agraria —con la excepción quizá de algunos sectores poco significativos dedicados al arroz—, orientada básicamente al pastoreo, la caza y la recolección de plantas como el junco (Scirpus holoschoenus), la barrilla (Salsola soda) y el algazul (Aizoon hispanicum).

También llama mucho la atención el hecho de que muy tempranamente se iniciasen grandes obras de irrigación, promovidas por el mismo rey Jaime I, como son los grandes canales de la Séquia Nova de Alzira y la Séquia de Vila-real. Se trataba de proyectos regidos por una concepción extensiva del regadío, que pretendían, ante todo, crear el mayor número posible de lotes de colonización. Lo único que se tenía en cuenta era que la parcela se encontrase en el interior del perímetro (subtus cequiam), lo que automáticamente la hacía igual a las demás en cuanto a derechos de agua. El espacio irrigado era homogéneo en este sentido. Y la estructura parcelaria reflejaba, pese a todas las dificultades, su sometimiento a los criterios de geometría y regularidad propios de las operaciones colonizadoras. Estos casos resultan particularmente interesantes, asimismo, en la medida que iluminan el modo en el que los cristianos actuaron sobre los antiguos espacios hidráulicos andalusíes, eliminando las diferentes gradaciones originales de la intensidad de riego al otorgar el mismo suministro de agua a todas las parcelas y desplegar los dispositivos que hiciesen posible su llegada. Se trataba, en definitiva, del mecanismo uniformizador que daría lugar a las llamadas “grandes huertas” de época moderna, y muy especialmente la misma huerta de Valencia.

Lógicamente, la aplicación de principios divergentes en la construcción de sistemas de riego genera serios interrogantes sobre el uso que pudieron hacer los colonos cristianos de las técnicas hidráulicas del mundo musulmán. Pese a todas las asunciones historiográficas relativas al mantenimiento de los saberes y prácticas andalusíes en materia de irrigación, y aun sin negar la importancia de los conocimientos adquiridos por aragoneses y catalanes de la observación y la gestión de los sistemas hidráulicos del valle del Ebro capturados durante el siglo XII, los documentos de archivo no muestran ni un solo musulmán en la planificación y dirección de las obras hidráulicas documentadas tras la conquista del reino de Valencia. Este hecho plantea un problema importante, como lo es el de las experiencias y tradiciones técnicas desplegadas por expertos catalanes, occitanos y franceses cuya presencia se documenta en el reino de Valencia. Nos obliga, asimismo, a explorar y sistematizar las dos grandes tradiciones técnicas que, según todos los indicios, informaron la actividad de los artífices cristianos de sistemas hidráulicos. En primer lugar, la cantería. De hecho los constructores de canales eran, normalmente, canteros o maestros de obra, que no sólo usaban los mismos métodos y herramientas, sino también los mismos conocimientos de geometría y nivelación aplicados a la hidráulica. El otro grupo de saberes es el derivado de las prácticas de drenaje en fondos de valle encharcados y áreas litorales, vinculadas frecuentemente a la irrigación de prados en Cataluña y al norte de los Pirineos. Es destacable, sin duda, el hecho de que una gran parte de los expertos en desecación y drenaje que trabajaron en el reino de Valencia entre los siglos XIII y XVI procediesen de Francia y, en particular, de regiones al norte de los Alpes.

Finalmente, el tercer ámbito de análisis enunciado —la situación en los distritos de las aljamas musulmanas, que representaron siempre una parte muy significativa de la población y del territorio valenciano— es, quizá, el más problemático. Por una parte, existen gran cantidad de indicios sobre la conservación de rasgos básicos del ecosistema cultivado andalusí: poblamiento disperso en alquerías asociadas a bloques compactos de terrazas irrigadas, un paisaje agrario muy heterogéneo y selectivo, una notable diversidad de especies vegetales cultivadas, etc. Pero en ningún caso se trató de burbujas estancas, ajenas a las transformaciones introducidas por el nuevo sistema social dominante, ni la situación fue la misma en todas las aljamas. No sólo deben identificarse con precisión, en cada caso, las permanencias del sistema agrario antiguo, sino también el modo en que el nuevo orden traído por la conquista afectó a su funcionamiento y evolución. Entre los factores de cambio cabe señalar el impulso que los señores cristianos trataron de dar a las roturaciones, los reasentamientos de campesinos musulmanes desplazados y la sustitución de las antiguas redes de complementariedad e intercambio que se produjo al desaparecer muchas aljamas, reemplazadas por los nuevos centros de colonización. En este sentido, una estrategia prioritaria para la identificación inicial de cambios en la lógica de la creación del espacio agrario consiste en el estudio de las ampliaciones de los espacios irrigados y la determinación de los criterios que se siguieron en las mismas.