LÍNEAS DE INVESTIGACIÓN


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Desecación de Marjales

Séquia del Rei-Templera - Peniscola

La acequia del Rey y la acequia Templera en el marjal de Peñíscola

Entre las tres últimas décadas del siglo XIII y las tres primeras del XIV el rey, las órdenes militares y algunos aristócratas laicos, en combinación con promotores pertenecientes a las oligarquías urbanas locales, impulsan la desecación de, al menos, una decena de marjales (áreas pantanosas) litorales que son repartidas y reducidas a cultivo. No existen indicios de que antes de la conquista estos espacios palustres hubiesen sido cultivados de forma extensiva por los campesinos andalusíes, pero esto no significa que se tratase de ámbitos ajenos al ecosistema agrario preexistente, pues habían sido el escenario de prácticas organizadas de pastoreo estacional, además de áreas de caza y recolección altamente diversificadas. Las desecaciones no alcanzaron una magnitud suficiente como para acabar del todo con estas posibilidades, pero disminuyeron muy significativamente su potencial a cambio de una producción agraria cuantiosa en los primeros años, aunque bastante especializada y dependiente por completo del costoso mantenimiento de la red de drenaje (encargado con frecuencia a técnicos procedentes de regiones pantanosas de Francia). De hecho, una buena parte de los marjales desecados volvieron a su encharcamiento original tras el impacto de la peste (1348) y no pudo iniciarse su recuperación hasta medio siglo después.

Pueden verse aquí nuestros trabajos sobre esta línea de investigación.

 

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Huertas y espacios irrigados

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Vista aérea de la huerta de Valencia con la ciudad al fondo

En los ecosistemas agrarios de al-Andalus, los espacios irrigados representaban la parte más significativa y productiva del espacio cultivado, organizado alrededor de las unidades de asentamiento o qurâ (alquerías). A raíz de la conquista cristiana del Sharq al-Andalus, entre 1233 y 1245, en el nuevo reino de Valencia estas “huertas” fueran objeto de importantes transformaciones espaciales y de uso, especialmente en aquellas poblaciones y términos dónde la población andalusí fue sustituida por colonos cristianos y se hizo un reparto de las tierras entre los nuevos pobladores.
Es cierto que hubo una continuidad física de las principales estructuras materiales de los sistemas de irrigación, especialmente el trazado de los grandes canales de riego, el emplazamiento de los puntos de partición de estos canales, y la localización de los molinos hidráulicos. No obstante, los cambios sociales en el uso del agua y de la tierra durante el siglo XIII serían de mucha entidad, y tuvieron efectos en la organización física del paisaje rural de estos espacios irrigados: concentración del poblamiento en núcleos medianos (a menudo acompañada de la desaparición de las alquerías preexistentes, más pequeñas); aumento considerable de la superficie irrigada para hacer frente a la demanda de tierra de los colonos cristianos; alargamiento de los canales de riego; drenaje de zonas húmedas; construcción de nuevos sistemas de riego (como por ejemplo la Séquia Reial d’Alzira, la Séquia Major de Vila-real, etc.); un nuevo parcelario que reflejaba la nueva propiedad de la tierra; cambios en los cultivos mayoritarios del regadío (que dieron paso al predominio del cereal panificable y de la viña), etc. Los cambios sociales también afectaron a la gestión de los sistemas de riego y del agua: municipalización mayoritaria del gobierno de los sistemas de riego, y mantenimiento de sistemas comunales de gestión en el caso de las huertas que incluían varias localidades y en el de las principales ciudades (Valencia, Xàtiva, Orihuela…).
Es necesario tener en cuenta, sin embargo, que en una parte del nuevo reino de Valencia se mantuvo la población andalusí anterior (denominada sarraïns en los textos de la época), muy mayoritariamente encuadrada en señoríos nobiliarios. En estas zonas los espacios irrigados continuaron siendo trabajados usualmente por las mismas comunidades musulmanas y no sufrieron la mayoría de los cambios citados. Con todo, se detecta una tendencia a ensanchar la superficie irrigada con el propósito de aumentar la producción agrícola, sin darse transformaciones importantes en la organización del paisaje rural. En cierto modo, y con las debidas precauciones, las huertas de las áreas de población musulmana se podrían considerar como espacios donde se conservaron los rasgos característicos de los originales espacios irrigados andalusíes.

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Terrazas

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Terrazas de ladera en la montaña de Benipla, Tàrbena

Las terrazas de cultivo se consideran frecuentemente como un elemento característico del “paisaje tradicional” de la montaña mediterránea. Sin embargo, la construcción de estas estructuras no constituye una simple solución técnica aplicada de forma mecánica y homogénea a lo largo del tiempo, desprovista de valor histórico. Las investigaciones llevadas a cabo en el interior montañoso del país valenciano muestran que los espacios aterrazados pueden ser estudiados con métodos arqueo-morfológicos y que los resultados de estos estudios permiten distinguir criterios de construcción específicos. La comparación entre los sistemas de terrazas irrigadas de época andalusí y los creados a raíz de las colonizaciones cristianas (primero en los siglos XIII y XIV, después en los siglos XVII-XVIII, tras la expulsión de los moriscos) pone de manifiesto diferencias estructurales y funcionales muy claras, coherentes con las lógicas sociales de los grupos constructores

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Parcelarios y colonización feudal

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Vista aérea del parcelario ortogonal de Manuel (la Ribera)

Durante las décadas centrales del siglo XIII la Corona de Aragón conquistó parte de la costa Mediterránea de al-Andalus, y ello conllevó la expulsión de la población andalusí y el sistemático repartimiento de tierras a los colonos cristianos, con extensiones que se situaban normalmente entre tres y seis hectáreas para cada unidad familiar. En el reino de Valencia los repartimientos abarcan desde la década de 1230 hasta el primer tercio del siglo XIV. La donación de tierras comportaba necesariamente un proceso técnico de medición y delimitación, confiado a personajes con ciertos conocimientos de geometría práctica, que recibieron el nombre de repartidores y sogueadores.

Podemos distinguir dos grandes tipos de trabajos de agrimensura. Por un lado, en las principales zonas irrigadas heredadas ya existentes antes de la conquista, mayoritariamente se midieron los parcelarios respetando límites importantes del paisaje andalusí (caminos, canales de riego de cierta importancia, e incluso zonas ya aterrazadas para el regadío). Pero en otros lugares se llevaron a cabo auténticas operaciones de parcelación regular, de forma básicamente ortogonal en sus ejes principales y, en más de una ocasión, incluso con la organización de una red de caminos acorde con dicha cuadriculación del espacio. Este tipo de actuaciones son muy frecuentes y ofrecen considerables similitudes con las coetáneas fundaciones de villanuevas en otras zonas de Europa, y especialmente con las bastidas de Occitania.

Actualmente estamos identificando estos procesos de creación de nuevo parcelario en el siglo XIII, tanto mediante el análisis morfológico de los espacios cultivados como por la sistematización de informaciones documentales de dichos repartimientos de tierras. La tarea se ve facilitada por el hecho de que la monarquía, en 1240, creó un nuevo sistema de medidas de longitud y superficie para el nuevo reino de Valencia. Este hecho ayuda a identificar las parcelaciones medievales sobre la cartografía catastral y la fotografía aérea.

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Molinos hidráulicos

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Molino de Moncada, en la huerta de Valencia

Los molinos hidráulicos fueron, durante siglos, las máquinas más adelantadas conocidas por las sociedades del pasado. La difusión medieval del molino de cubo o arubah, una de sus variantes mejor adaptadas al medio mediterráneo, estuvo asociada en primera instancia a la expansión arabo-bereber y, más en concreto, a su inserción en los espacios irrigados que caracterizaban su agrosistema. Es característica la predominante selección de su emplazamiento en los puntos que permitían un equilibrio sobre el uso del agua entre regantes y molineros, como consecuencia del hecho de pertenecer, en muchos casos, a la misma comunidad rural. En el caso de la Península Ibérica y las islas Baleares, las conquistas cristianas de los siglos XII y XIII sobre al-Andalus comportaron la integración de los molinos en las infraestructuras agrarias de la nueva sociedad de conquista, y quedaron bajo control de las élites sociales bajo el sistema del monopolio feudal. Aun así, continuaron siendo un elemento básico del funcionamiento de los sistemas de riego y también protagonistas de los conflictos por los usos del agua entre regantes y molineros, o entre comunidades rurales y propietarios en su caso. Ello se debe a que, frecuentemente, fueron cedidos por los señores y la corona en establecimiento enfitéutico perpetuo o incluso dados en propiedad absoluta a caballeros, burgueses o a la propia comunidad rural. Por esto, además de su valor actual como patrimonio arquitectónico, son un instrumento tanto por comprender las transformaciones de los sistemas de regadío a raíz de la conquista cristiana del siglo XIII, como la gestión social del agua en la Baja Edad Media.

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Pueblas y Villas nuevas

Alcoi

La villa de Alcoi en el siglo XIV, una puebla de colonización

La conquista del reino de Valencia comportó la desaparición —mediante deportaciones y otros procedimientos— de una gran parte de la población nativa andalusí y el consiguiente abandono de asentamientos rurales (qurà, sing. qarya). También dio lugar, simultáneamente, a un importante proceso de inmigración colonizadora protagonizado por pobladores procedentes, en su mayoría, de Cataluña y Aragón, que se prolongó hasta las primeras décadas del siglo XIV. Los colonos se organizaron en comunidades de habitantes (viles, llocs) y se establecieron en núcleos urbanos que, en unos casos, eran completamente de nueva planta y, en otros, aprovechaban las antiguas aglomeraciones andalusíes. No existe, sin embargo, una oposición nítida entre las fundaciones nuevas de pueblas de marcado plano geométrico —trazadas por agrimensores, al modo de bastides o villeneuves— y las creadas sobre espacios edificados preexistentes. Es frecuente, por ejemplo, que tras ocupar inicialmente un núcleo fortificado de época andalusí, la población se traslade, poco después, a un emplazamiento nuevo (mutatio ville) en terrenos de llanura. Por otra parte, aunque los pobladores permanezcan en centros urbanos heredados, no tardan en generar dinámicas de recomposición interna, bien mediante el abandono o la obliteración de las antiguas áreas edificadas, bien mediante una modificación capilar de las unidades parcelarias que difumina progresivamente los rasgos distintivos de la organización anterior del espacio urbano.

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